jueves, 21 de enero de 2010

Ahora que no tengo nada bueno para hacer, me acuerdo de todos. De ellos, de esos, de todas y de mí.
Releyendo esas risas que le supe regalar me doy cuenta que aunque el tiempo se ocupó de cambiar muchas cosas, no pudo arrancar ese brillo de mis ojos cuando la memoria lo nombra. Y no es porque todavía sigue jugando algún partido con mis sentimientos, es simplemente la experiencia que me sigue advirtiendo que es mentira el olvido y que a pesar de haberlo perdido todo, nuestras voces se reconocen por todas esas veces que supieron escucharse.
Acordarme de vos es algo rutinario. Siempre consigo hacerte un lugar en mis días. Me divierto encontrando tu lugar en mi futuro, tomándome de las manos, muriéndote si me perdés. De a poco empeora cuando me obligo a no ahuyentarte con esto que siento; al fin voy aprendiendo a morderme la lengua una y otra vez. Y así, soy amiga del silencio que me pasa factura, así le voy pagando con alguna que otra noche sin dormir, con estas caras cansadas de amargura, que llaman la atención de quien pasa frente a mí.
Hay lugar para todas ellas: mujeres que han dejado muy valiosas lecciones, con buenos o malos ejemplos; a propósito o sin querer, sin verlos venir. La mentira enferma poco a poco y la única cura es admitir. Las caretas dejalas para las fiestas: por favor no las uses si te doy lo mejor de mí. No dejar de sonreír, de contagiar alegría aunque solo hayan ganas de llorar. Ni esconderse para no gritar, hay más de un sordo que te quiere escuchar. Que no importa cuán complicado pueda ser: siempre cantan dos campanas y que es mejor no hablar de lo que no es sabido, de lo que no se ha sentido; no es bueno escupir así como si nada porque cuando te mojés la cara, la verguenza de refriega el error.
Y terminando por fin con este ahora, dejando ir a todos, a ellas y a vos; les dejo un saludo a los que me cuidan, a los que me quieren con un tornillo o dos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario